La pandemia de COVID19 ha empeorado la percepción del dolor en pacientes con problemas de espalda y otras patologías

En un estudio transversal, del profesor Rubén Nieto de la UOC, 502 españoles con dolor crónico respondieron una encuesta respecto a la situación frente al COVID19 en la que se incluyeron preguntas sobre dolor, estrategias de afrontamiento, desencadenantes y variables.

Los participantes fueron principalmente mujeres (88%), de entre 30 y 59 años, con dolor crónico de larga duración (media 7 años) e intensidad y discapacidad de moderada a alta. Se puede acceder a más detalles sobre el estudio en: https://www.mdpi.com/2077-0383/9/11/3558.

Un 70% informó de un empeoramiento desde el inicio del estado de alarma en la intensidad del dolor, la frecuencia de los episodios, la interferencia del dolor en las actividades diarias, en la capacidad para trabajar, en las actividades de ocio, en el sueño y la actividad física.

Se observa un impacto negativo en el bienestar general, la actividad física, social y laboral, el estado emocional y el dolor. Variables como la inseguridad laboral, las preocupaciones en relación al futuro, y el número de personas que cohabitan se relacionaron con estos resultados.

Se observan también cambios en las estrategias de afrontamiento. Un 50% señaló que desde el inicio del estado de alarma había utilizado el descanso como estrategia para afrontar el dolor, y un porcentaje similar había incrementado el consumo de medicación.

Ambas cosas, podrían resultar contraproducentes, según los expertos como el Dr Mario Gestoso, de donde proceden todos estos datos. Por otra parte, cerca del 50% incorporó la realización de estiramientos, estrategia que sería positiva para el manejo del dolor.

Por último, aumentó el porcentaje de personas que informaron que los siguientes factores se relacionaban con un incremento del dolor: estrés, problemas sueño, preocupación por el futuro, sedentarismo, tristeza, pensamientos negativos, inseguridad, soledad y miedo a contagiarse.

“Lamentablemente –señala el Dr Gestoso –el covid está produciendo un doble efecto negativo, el que produce la propia enfermedad y el derivado de la falta de asistencia de pacientes con enfermedades crónicas cardíacas, respiratorias, metabólicas, oncológicas o lumbalgias”.

El COVID19 produce síntomas tan variados como fiebre, fatiga, falta de aire, dolor de garganta, pérdida de gusto y olfato, dolor de cabeza, diarreas. Hasta un 15% de estos pacientes pueden tener dolores articulares y musculares que pueden afectar a la espalda.

Estos dolores –siempre según datos referidos por este experto –pueden ser más intensos en personas que tengan patologías previas como artrosis, hernias discales, estenosis de canal vertebral, espondilolisis o espondilolistesis.

El confinamiento provocado por el COVID19, el teletrabajo y el cierre de centros deportivos, “han disminuido la actividad física de muchas personas que han empeorado la salud de su espalda , sufriendo crisis dolorosas por lumbalgias, ciáticas, dolores de cuello y espalda”.

“En definitiva –continúa el Dr Gestoso –al confirnarnos nos hemos vuelto más sedentarios, aumentando el riesgo de dolor por los mecanismos siguientes:”

  • La falta de potencia muscular («atrofia muscular»).
  • El sedentarismo conlleva la pérdida de fuerza muscular, y el tener poca fuerza en la musculatura de la espalda o los abdominales ha demostrado ser uno de los factores que aumenta el riesgo de que el dolor aparezca o persista.
  • La falta de potencia muscular facilita que la musculatura se sobrecargue y contracture ante esfuerzos aparentemente livianos.
  • Cuanto menor masa muscular hay, menos protegido está el disco intervertebral y las demás estructuras de la columna vertebral y menos resistente es ésta a la carga, incrementando el riesgo de que aparezcan algunas de sus alteraciones.
  • La falta de actividad física. En condiciones normales, los distintos grupos musculares que participan en el funcionamiento de la espalda, como los abdominales y la musculatura paravertebral, se coordinan entre sí para mantener una postura o conservar el equilibrio en movimiento. Esta coordinación depende de reflejos nerviosos que, para funcionar correctamente, necesitan repetirse.
  • La inactividad física disminuye ese entrenamiento y empeora esos reflejos, haciendo que la musculatura se contraiga inadecuadamente o a destiempo, lo que facilita su contractura.
  • La postura. Al estar sentado, el sufre más carga en su posición anterior. Como el disco es flexible, eso tiende a aumentar la presión sobre su pared posterior, por lo que el mantenimiento constante de esa postura puede aumentar el riesgo de que ésta se rompa o deforme y aparezca una fisura, protrusión o hernia discal. En condiciones normales, la musculatura de la espalda protege el disco, por lo que el riesgo es mayor si la musculatura es poco potente.
  • La mala higiene postural. Al estar sentado, es muy frecuente adoptar posturas incorrectas, que aumentan innecesariamente la presión sobre el disco intervertebral, lo que a la larga puede facilitar que aparezca una fisura, protrusión o hernia discal, e incrementan la fuerza que debe hacer la musculatura, lo que puede provocar su contractura. Esto es todavía más fácil si son incorrectas las posturas que se adoptan al trabajar sentado, por ejemplo con el ordenador. Sin embargo, la lesión del disco o la contractura de la musculatura son mucho menos probables si la musculatura es potente y está entrenada.
  • El sobrepeso. El sobrepeso se asocia frecuentemente al sedentarismo, y es uno de los factores que aumenta el riesgo de que aparezca dolor de espalda. También en este caso, el riesgo es mayor si al sobrepeso se le asocia la falta de una musculatura potente.

Por todo lo anterior, ha aumentado la frecuencia de crisis de dolor de cuello y espalda, cervicalgias, lumbalgias, ciáticas que han precisado asistencia médica, pero que sobre todo precisan mantener un ejercicio terapéutico y preventivo adecuado.

Artículo publicado en: https://www.saludediciones.com/